3 formas de mejorar tu predicación

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Antes de empezar a pastorear, leí todos los libros que hay acerca de la predicación. Estos recursos me enseñaron a estudiar y bosquejar un texto bíblico, lo cual resultó en un sermón fiel a la Biblia. Sin estos libros, hubiera fracasado miserablemente.

Aun con el conocimiento que estos autores experimentados proveyeron, todavía había muchas cosas que tenía que aprender por experiencia propia. Quisiera compartir tres de las lecciones que he aprendido después de diez años de predicar cada semana.

Pasa menos tiempo leyendo blogs y más tiempo leyendo personas

Los predicadores devoramos información donde sea que la encontremos. Nos encanta leer nuestros blogs favoritos para mantenernos al día sobre lo que nuestra cultura está haciendo y pensando, curiosos por saber cómo responderán a ella las diferentes voces cristianas. Creemos que al tomar la mayor cantidad posible de información tendremos un buen entendimiento del mundo, y eso nos ayudará a predicar mensajes que sean relevantes a las tendencias de la cultura.

Esto es absolutamente cierto. Pero importa mucho menos de lo que pensamos.

Conocer lo que tu congregación está pensando y haciendo es mucho más importante que conocer lo que el resto del mundo está pensando y haciendo. Considera cómo Pablo oraba por las necesidades espirituales específicas de los creyentes (Ef. 3:14-19). A Pablo le interesaba que los creyentes conocieran más y más a Dios. Los miembros de tu congregación no están hambrientos de las respuestas a los debates teóricos del mundo de los blogs, ni siquiera de las pesadas preguntas teológicas que te resultan tan interesantes. Ellos están hambrientos de las respuestas a los debates reales, inmediatos, y personales de sus propios corazones.

Los predicadores más efectivos son aquellos que pasan tiempo leyendo a sus congregaciones al escuchar sus preguntas y observar sus vidas. Esta es una de las muchas razones por las que las cartas del apóstol Pablo son todavía relevantes después de dos mil años. Su preocupación principal no era tratar con las modas pasajeras de la cultura, sino responder las preguntas, los conflictos, y los retos específicos que tenían en la congregación que cuidaba. Leer los corazones y las vidas de las personas hará tus sermones mucho más relevantes que leer cualquier número de blogs o libros que no sean la Biblia.

Además de mantener la relevancia de tu predicación, leer a las personas también hace que tu predicación sea más amorosa. Entre más tiempo pases con la gente, mejor serás capaz de amarlos. Este afecto insertará pasión y empatía incluso al sermón más mediocre, y esto hará que tu congregación lo escuche. Cuando las personas en tu congregación pueden escuchar tu amor por ellos, es mucho más probable que pongan atención a tus palabras para ellos. Ese amor no se cultiva con horas junto a teólogos virtuales. Ese amor se cultiva con horas junto a tu congregación.

Por lo tanto, si eres un predicador y estás leyendo este artículo, considera dejarlo a un lado.

No me voy a ofender si no lees otra palabra. Dios será más glorificado y tu iglesia será mejor servida si usas este tiempo para escuchar a un miembro de tu congregación en lugar de escucharme a mí.

Pasa menos tiempo orando por ti mismo y más tiempo orando por las personas

Los buenos predicadores se sumergen en la oración mientras estudian e interpretan el texto, escriben el sermón, y se preparan para predicarlo. La mayoría de los libros acerca de la predicación ponen un gran énfasis en esto, y con justa razón. Ciertamente el predicador debe orar para que el Espíritu Santo ilumine su entendimiento del texto bíblico, guíe el bosquejo del sermón, y empodere la predicación proclamada. De igual manera, el predicador debe elevar oraciones de adoración personal, confesión, y arrepentimiento en respuesta a las verdades que está descubriendo en el proceso de la preparación del sermón. Todas estas cosas son necesarias para una predicación eficaz.

Pero no son suficientes.

El predicador debe ir más allá de meramente orar por sí mismo; debe dedicarse a orar por las personas. Un sermón perfectamente redactado no sirve de nada si los corazones de las personas están demasiado duros o distraídos como para escucharlo. Por lo tanto, la semana del predicador debe estar saturada de oraciones por la congregación (Col. 1:3).

  • Oraciones para que estén presentes para escuchar a Dios.
  • Oraciones para que sus corazones sean ablandados por Su Palabra.
  • Oraciones para que el Espíritu les conceda entendimiento de lo que se está diciendo, y de lo que deben hacer al respecto.
  • Oraciones para que Dios los empodere para aplicar la verdad proclamada de la manera exacta que Él desee.

Debido a que el proceso de preparación del sermón usualmente tiene lugar en una habitación privada con nadie presente más que el Señor y el predicador, es fácil que el predicador se concentre solo en sí mismo y en su propia relación con Dios mientras prepara el sermón. Tanto así que no es raro que los predicadores oren por la congregación en relación con su propio deseo de ser percibido como competente y agradable (por ejemplo: “Dios, oro que les guste el sermón”; “Oro que estén emocionados acerca de lo que tengo que decir”; o “Dios, oro que no haga el ridículo frente a ellos esta semana”).

Pero Dios no nos ha puesto en la iglesia para impresionar a las personas con nuestra profundidad espiritual o habilidades de oratoria. Tampoco nos ha puesto ahí para santificarnos a través del estudio y la proclamación de las Escrituras. Él nos ha colocado en la iglesia para que su pueblo pueda ser transformado a través de la predicación de su Palabra. Él ha determinado que esa transformación venga, no meramente a través de lo que les decimos el domingo, sino también a través de lo que le decimos a Dios acerca de ellos a lo largo de la semana.

Deja de enseñar y empieza a adorar

Tanto los libros como las clases acerca de predicación pasan mucho tiempo ayudándote a crear un buen sermón que tenga una presentación sólida. Te enseñan a estar consciente de tu lenguaje corporal, contacto visual, el ambiente de la habitación, y más. Estar consciente de y pensar en todas estas cosas es muy útil… antes del sermón. Pero una vez que te paras en el púlpito, estas cosas dejan de ser útiles y pueden convertirse en una distracción cuando te encuentras preguntándote:

  • ¿Estoy haciendo contacto visual?
  • ¿Estoy caminando mucho? ¿O no me estoy moviendo lo suficiente?
  • ¿Estoy muy anclado en mis notas?
  • ¿Debería estar utilizando esta ilustración ahora mismo?
  • ¿Debería haber mantenido el otro punto en el sermón? ¿O fue mejor quitarlo?
  • ¿Está alguien siquiera siguiendo lo que estoy diciendo ahora mismo?

Hacerte estas preguntas mientras predicas requiere que te enfoques en ti mismo por completo. Y ese es el peor lugar en el que puede estar tu enfoque, por tres razones. Primero, porque cuando tu enfoque está en ti mismo, vas a enseñar desde tu cabeza en lugar de tu corazón, lo que hará que la congregación esté mucho menos interesada en lo que viniste a enseñar. Segundo, tu congregación también está enfocada en ti. Ellos no pueden escuchar tus pensamientos, pero pueden ver el impacto de esos pensamientos en tu presentación. Mientras te enfocas en tu inseguridad y torpeza, ellos se concentrarán en cómo tu inseguridad y torpeza está afectando tu presentación. Tercero y más importante, no te estás enfocando en el Dios a quien viniste adorar. Y las personas tampoco.

Cuando te paras en el púlpito, debes dejar todo lo que has aprendido en el asiento del que te acabas de levantar. Cuando te pones delante del pueblo de Dios, tu enfoque no debe estar en tu enseñanza. Tu enfoque debe estar en tu Señor. Si allí es donde quieres que fijen sus ojos, ¿por qué no lo haces tú? Si tu sermón no te mueve a adorar (Ro. 11:33-36), ¿por qué movería a tu congregación? Si las verdades que estás proclamando no te llenan de gozo (Fil. 4:4), ¿por qué deberían llenarlos a ellos? Si no lloras por tu pecado (Hch. 20:31) o por las glorias de Cristo, ¿por qué lo haría tu congregación? Deberías usar tu predicación para adorar a Cristo porque Él lo merece. También deberías usar tu predicación para adorar a Cristo porque entrena a tu congregación a hacer lo mismo.

La más grande mejoría que experimenté en mi predicación vino cuando dejé de usar esos 45 minutos para enseñar a las personas y empecé a usar esos 45 minutos para adorar a mi Dios. Ahí es cuando verdaderamente comencé a enseñarles algo que permanece. También fue ahí cuando todas las cosas importantes que aprendí acerca de la presentación de un sermón empezaron a tomar su lugar naturalmente, sin tener que pensar acerca de ellas. Cuando estás adorando a Dios mientras predicas, no tienes que preocuparte por tu lenguaje corporal. Tu lenguaje corporal va a ser el lenguaje corporal de adoración. No tienes que preguntarte si estás mirando tus notas demasiado. Estás hablando sobre lo que las palabras que escribiste han hecho en tu corazón, no de las palabras por sí mismas. No tienes que planear cuidadosamente la cantidad correcta de contacto visual durante la cantidad correcta de tiempo. Tus ojos simplemente están siguiendo a tu corazón en adoración. Ni siquiera tienes que preocuparte por cuáles ilustraciones o puntos deberías de quitar o dejar. Tu adoración te guiará a concentrarte en aquellas cosas que glorifican más a Dios, y evitar aquellas que no lo hacen.

Si eres predicador, te invito a comprometerte a dejar de enseñar desde el púlpito, y comenzar a adorar. Tu adoración le enseñará mejor a las personas de lo que jamás podría hacerlo tu enseñanza.

           

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