El pecado de la piratería

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En cada cultura y en cada época hay ciertos pecados que no se consideran así. Pecados respetables, le llamaba Jerry Bridges. O el pecado está tan incrustado en la cultura que ni siquiera nos damos cuenta de que tiene algo de malo, o tantos cristianos participan en aquel pecado que, aunque sepamos que no es virtuoso, nos convencemos de que es justificable. Que no es lo suficientemente malo como para preocuparnos por ello.

En nuestra cultura actual, uno de estos pecados es la piratería del entretenimiento. Los cristianos no solo participan en la piratería, sino que hablan abiertamente de las películas piratas que han comprado, las series de televisión que ven sin pagar por el canal apropiado, la música que escuchan a través de medios no autorizados, y los PDFs que descargan de libros que encuentran muy edificantes.

La actitud indiferente que los cristianos tenemos hacia la piratería me sorprende; me es difícil creer que no somos lo suficientemente educados para verlo como pecado. Pero aún más, me ofende. Por un lado, porque solía trabajar en la industria de la música y sé por experiencia propia los efectos negativos que la piratería ha tenido en mis compañeros. Por otro lado, y de mucho mayor peso, me ofende porque Dios, cuya imagen reflejamos al mundo, odia la piratería.

Por eso, como cristianos, debemos revisar nuestra participación en la piratería. Aunque no lo creamos, es un pecado más grave de lo que solemos pensar.

La evidencia bíblica

La Biblia incluye varios pasajes que aplican a la piratería. Tal vez el más obvio y directo sea Éxodo 20:15: “no robes”.

Robar es precisamente lo que hacemos cuando consumimos un producto de entretenimiento fuera de los medios autorizados. Principalmente, robamos a los creadores del contenido, ya sea el compositor de una canción, el guionista de alguna película, el autor de un libro, o el equipo que ideó un videojuego. Ellos tienen los derechos del autor para todo lo que hacen. Según la ley, las ideas se consideran propiedad intelectual, y aunque no son físicas, pertenecen a sus creadores igual que cualquier clase de propiedad.

Como resultado, no hay ninguna diferencia  —de acuerdo a la ley— entre piratear el contenido que alguien ideó y robar el coche que la misma persona compró. Al participar en la piratería, no solo robamos a los creadores del contenido, sino también a la empresa que patrocinó la creación y/o distribución de lo que los creativos hicieron. A pesar de que sea fácil convencernos de que una empresa no es una persona, la realidad es que cuando robamos a una empresa robamos a todos los empleados y accionistas que dependen de aquella empresa de alguna forma. Desde los actores de las películas y los productores de la música —que posiblemente tengan otras fuentes de ingresos—, hasta cientos o miles de personas desconocidas cuyos trabajos dependen completamente del dinero que la empresa gana al vender el producto al público.

Tanto Jesús como Pablo dicen que “el obrero es digno de su salario” pero cuando participamos en la piratería les robamos tal derecho y desobedecemos el mandamiento de Dios de que su pueblo no robe.

Además de decirnos que no robemos, Dios también nos exige someternos a las autoridades públicas (Ro. 13:1). Demostramos nuestra sumisión a las autoridades que Dios ha dispuesto al obedecer las leyes que han establecido. Si estás leyendo esta publicación, vives en un país en el que las leyes de propiedad intelectual aplican. Así que si violas los derechos de autor, te rebelas contra las autoridades; y, según Dios, si te rebelas contra las autoridades que Él ha instituido, te rebelas contra Él mismo (Ro. 13:2). Participar en la piratería, en cualquier capacidad, no solo es robar a los creadores, sino también rebelarte contra el Creador.

Las justificaciones humanas

Por supuesto, ningún cristiano quiere pensar que es culpable de violar la ley de Dios en cuanto al robo y la rebelión. Por eso, tendemos a crear justificaciones que nos hacen sentir inocentes.

Por ejemplo, nos convencemos de que los estudios de películas y los cantantes son pagados en exceso y que, o no merecen nuestro dinero, o que no les va a afectar si no les damos el precio fijo. Esta justificación es indefensible por, al menos, tres razones: En primer lugar, el pueblo de Dios no se rige por los resultados, sino por lo que es correcto. Somos ciudadanos del reino, no del pragmatismo. Segundo, no solo los ricos y famosos son afectados. De hecho, algunos informes dicen que más de 70,000 personas perdieron sus trabajos en 2005 debido a la piratería. Tercero, no hay ninguna diferencia entre robar al rico y al pobre. Dios no dijo “no robes a los que no tienen mucho”, sino “no robes” y punto.

Otro intento de autojustificación entre los cristianos es que el producto pirateado les va a ayudar en su vida cristiana y, ya que no tienen el dinero suficiente para comprarlo de la forma correcta, Dios preferiría que compren la versión pirata en lugar de no tener tal herramienta edificante. Esta respuesta es muy creativa, sí, pero tonta. Además de romper la ley, justificar la participación en la piratería de esta forma es implicar a Dios en un crimen que hace daño a incontables personas. Actuar como si Dios aprobara tal acción demuestra una gran ignorancia del carácter de Dios. Dios nos dice que “es preferible sufrir por hacer el bien que por hacer el mal” (1 Pe. 3:17). Si Dios piensa así en cuanto al sufrimiento de la persecución (la cual es el tema de 1 Pedro 3) ciertamente piensa igual en cuanto al “sufrimiento” de no poder comprar un libro, película, o álbum edificante.

Conclusión

Si ya has participado en la piratería, la respuesta correcta no es justificarte, sino arrepentirte. En Efesios, Pablo explica que ahora que estamos unidos a Cristo debemos quitarnos el ropaje de la vieja naturaleza y ponernos el ropaje de la nueva naturaleza. En cuanto a la piratería, la forma de hacer esto es bastante clara: “el que roba, no robe más, sino más bien que trabaje” (Ef. 4:28).

La buena noticia es que tales cambios no son para ganar la salvación, sino que fluyen de ella. Si tu fe está en Jesucristo, recuerda que Jesús se sometió a las autoridades perfectamente en tu lugar, y murió al lado de y en lugar de los ladrones para que pudiéramos vivir bajo la autoridad de Dios de una forma que refleja su imagen.

Así que no importa qué tan ciega sea nuestra cultura a la gravedad del pecado de la piratería, ahora pertenecemos a un nuevo reino en el que la voluntad del Rey es muy clara, y Él mismo nos da el poder de obedecerla al llenarnos con su Espíritu Santo.

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