Estos sermones centrados en Jesús nos dicen que amemos como Jesús, perdonemos como Jesús, digamos la verdad como Jesús, oremos como Jesús, hagamos discípulos como Jesús, obedezcamos a Dios como Jesús, etcétera. Sin embargo, estos sermones centrados en Jesús no son sermones centrados en el evangelio. Al contrario, son sermones centrados en la moralidad. Dejan a personas con la carga de imitar a Jesucristo para agradar a Dios, en lugar del gozo de saber que Jesús ya hizo todo para agradar a Dios en su lugar.
Ciertamente, los sermones centrados en el evangelio pueden (¡y deben!) incluir un llamado a seguir a Jesús como ejemplo, pero no pueden reemplazar el llamado a confiar en Jesús como redentor. Solo la persona que sabe que su desobediencia ha sido cubierta por la obediencia de Cristo tendrá la motivación correcta (agradecimiento) y el poder (el Espíritu Santo) para obedecer.
2. Predicar acerca del evangelio no es lo mismo que predicar elevangelio.
Para predicar el evangelio debemos proclamar las buenas nuevas de quién es Jesús y lo que Él ha hecho, invitando tanto a cristianos como a no cristianos a confiar en este mensaje y recibir los incontables beneficios gratuitos que conlleva. Sin embargo, muchos de los que están teóricamente comprometidos a la predicación centrada en el evangelio comúnmente usan la palabra “evangelio” para resumir todo lo anterior sin proclamar nada de lo anterior.
Estos sermones acerca del evangelio nos dicen que debemos confiar en el evangelio, creer en el evangelio, predicar el evangelio, vivir a la luz del evangelio, ser creyentes centrados en el evangelio, asistir a iglesias centradas en el evangelio y encontrar el evangelio en toda la Escritura. Lo que no nos dicen es el contenido del evangelio. Como resultado, no son sermones centrados en el evangelio. En realidad, son sermones centrados en la moralidad. Dejan a la gente con la carga de hacer algo con el evangelio, en lugar de dejarles con el gozo de escucharlo.
Por supuesto, los sermones centrados en el evangelio pueden (¡y deben!) hablar acerca del evangelio y de lo que debemos hacer con él, pero nunca deben reemplazar el mismo acto de proclamar el evangelio. El poder de Dios que salva y santifica no se encuentra en nuestro compromiso con el evangelio, ni en nuestras muchas palabras acerca del evangelio, sino en el contenido del evangelio como tal.
3. Predicar la gracia no es lo mismo que predicar el evangelio.
Uno de los beneficios de la predicación centrada en el evangelio es un entendimiento más profundo de la gracia de Dios. La Iglesia está creciendo al ver que la salvación y la santificación son regalos comprados por la obra de Cristo y dados gratuitamente por Dios a Su pueblo. ¡Esto es asombroso! Lo que no es tan asombroso es que el reconocimiento de la gracia de Dios puede llevar a sermones que proclaman la gracia sin jamás proclamar el evangelio.
Estos sermones centrados en la gracia nos dicen que Dios nos perdona, Dios nos acepta, Dios nos ama, Dios nos bendice, a pesar de que nosotros no hemos hecho nada para merecerlo ni para mantenerlo. Esto es bueno y es verdad. Sin embargo, el sermón usualmente se acaba aquí, y cuando es así, no alcanza a estar centrado en el evangelio. En lugar de eso, se convierte en un sermón egoísta en una de estas dos formas:
- El sermón proclama todos los regalos que recibimos de Dios sin proclamar el evangelio de la vida, muerte y resurrección de Jesús que los hicieron posibles. Por más cercanos que el perdón y la aceptación de Dios estén al evangelio, no son el evangelio. El evangelio se enfoca en lo que Jesús ha hecho, no en lo que podemos obtener.
- El sermón se enfoca en la gracia perdonadora que el evangelio proporciona, pasando de largo la gracia transformadora que el evangelio también proporciona. La vida, muerte y resurrección de Jesús no solo hacen posible el perdón: también hacen posible la obediencia dándoles a los creyentes un nuevo corazón, nuevos deseos y un nuevo poder del Espíritu Santo. La verdadera predicación del evangelio no limita el poder del evangelio a un mensaje cómodo de ser aceptado y perdonado, también reconoce el poder del evangelio para transformarnos en personas muy diferentes a las fuimos antes.
Sin duda, los sermones centrados en el evangelio pueden (¡y deben!) hablar acerca de la gracia. Pero no pueden confundir la gracia con el evangelio. La única manera en que podemos conocer la gracia perdonadora y transformadora de Dios es el mensaje de la persona y obra de Jesucristo.
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