Tres razones por las que no deberías perdonarte a ti mismo

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¡Tienes que aprender a perdonarte a ti mismo!

Este es el consejo más frecuentemente dado a los que son perturbados con la culpa, la vergüenza o el auto odio. Los que aconsejan esto tienen buenas intenciones, quieren que su ser querido esté libre de estas emociones y viva una vida más libre y alegre. Sin embargo, por muy buenas intenciones que estos tengan, el consejo es terrible y potencialmente mortal.

Espero me permitas explicar. A continuación presento tres razones por las que nunca deberías perdonarte a ti mismo ni aconsejarle a alguien más que lo haga.

1. Hace de ti la víctima 

En cualquier situación que requiera el perdonar, existirán siempre dos partes: el perjudicado o víctima y el culpable. Entre las dos, el único ente que tiene el derecho de perdonar o negarse a ello es la víctima. Cuando le decimos a alguien “perdónate a ti mismo” obligamos a la víctima a que sufra de nuevo al privarle de sus derechos y dárselos a la misma persona que la ha lastimado.

Nunca animaríamos a un violador sexual a que ande por la vida libre de culpa y vergüenza porque ha decidido perdonarse a sí mismo (al menos eso espero). Antes bien, le pediríamos que enfrente las consecuencias de sus actos ante la ley, que dé la cara a la víctima y pida el perdón que desea de la única persona que realmente tiene el poder de dárselo. Lo mismo debería aplicar a todas las ofensas, desde la más despreciable hasta la más comprensible.

Tal consejo no solo lastima al ofendido, sino que también lastima al culpable. Le impide perseguir y tal vez, recibir el perdón de la persona a quien le causó daño; y como consecuencia, también le impide experimentar la humildad de perseguir el perdón y el gozo transformador que produce el recibirlo. 

Tanto para el bien del perjudicado como del culpable, no deberíamos decirle a la gente: “perdónate a ti mismo”. Debemos decir la verdad y esta es que has sido perdonado cuando la persona contra la que pecaste te da el perdón, y no cuando te lo confieres a ti mismo.

2. Hace de ti el juez 

Otro problema con decir a los demás que solo necesitan perdonarse a sí mismo es que al hacerlo, los colocamos en el asiento del juez; un puesto que en realidad, no tienen. La Biblia nos dice, “No hay más que un solo legislador y juez, aquel que puede salvar y destruir.” (Santiago 4:12a NVI). Dios y sólo Dios está exaltado por encima tanto de la víctima y como del culpable; Él tiene la última palabra en cuanto a que es verdaderamente perdonado porque Él es la única y verdadera víctima de todo y cada pecado. El Salmo 51:4 dice:

“Contra ti, contra ti sólo he pecado, y he hecho lo malo delante de tus ojos, de manera que eres justo[a] cuando hablas, y sin reproche cuando juzgas”.

Como único legislador y juez, cuando Dios dice que un pecado queda perdonado, dicho pecado es perdonado, sin importar que te perdones a ti o no; cuando Él dice que permanece sin perdonar, permanece sin perdonar, sin importar que te hayas perdonado o no. Pedir a un ser humano que se perdone a sí mismo es como pedir a un perro que se vista por sí solo: no tiene la capacidad de hacer lo que estás pidiendo.

Por lo tanto, decirle a alguien “perdónate a ti mismo” no es útil, sino dañino. Le anima a cometer idolatría al ponerse en el lugar de Dios, lo cual sirve solo para añadir más culpa de la que ya tiene. De igual manera, le niega la oportunidad de efectivamente recibir la seguridad del perdón que tanto necesita al dirigirlo lejos del Único que de hecho, es capaz de darlo.   

3. Es un diagnóstico equivocado 

La tercera y última razón por la que nunca debes perdonarte a ti mismo ni aconsejarle a alguien más que lo haga, es porque es un tratamiento basado en un diagnóstico equivocado. Si alguien está plagado de culpa, vergüenza o auto odio su problema no es que se ha negado a perdonarse a sí mismo. Su problema es que ha rehusado recibir el perdón gratuito que Dios le ofrece. En Jesucristo y solo en Jesucristo “En Él tenemos redención mediante su sangre, el perdón de nuestros pecados según las riquezas de su gracia” (Efesios 1:7). No dice que “podemos tener” ni que “algún día podríamos tener”, sino que actualmente tenemos el perdón que necesitamos.

Cuando le aconsejamos a alguien que se perdone a sí mismo le estamos pidiendo que se cure a sí mismo con un placebo, lo que es el equivalente a condenarlo a la  enfermedad perpetua. La verdadera cura de la culpa, la vergüenza y el auto odio no se encuentra en perdonarnos a nosotros mismos sino en confiar en la declaración de Dios que ya hemos recibido el perdón en Jesucristo y que Él ya no recuerda nuestro pecado (Jeremías 31:34).

Cuando decimos, “tienes que perdonarte a ti mismo” no solo lastimamos a la víctima y al victimario, sino también le negamos a Dios la gloria que ganó al hacer todo lo necesario para traerle el perdón a gente imperdonable culpable de pecados imperdonables. Causamos que los demás crean que su sanidad se encuentra en su propia voluntad de perdonarse a sí mismos en lugar de la voluntad de Dios de perdonar al costo inconmensurable de su Hijo único.

No quiero que vivas con vergüenza, culpa o auto odio. Por eso te ruego que pares de tratar de perdonarte a ti mismo. En vez de esto, mira al Verdadero Juez y a la Verdadera Víctima y recibe el perdón que ya ha comprado para ti en la cruz. La vida y la libertad se encuentran en elegir creer en Aquel que habla la verdad, en lugar de creer en tu voz interior con sus condenaciones y mentiras.

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