3 Razones Para Reconsiderar y Rechazar La Postura Tradicional Sobre El Divorcio (Parte 4 de 4)

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Esta publicación es la conclusión de una serie de cuatro partes. Por favor, lee la primera, segunda y tercera parte en orden antes de leer la conclusión.

Conclusión

Se dice que Dios aborrece el divorcio.

Aunque hay mucho debate acerca de que si esta es la mejor traducción de Malaquías 2:16 (1), de todos modos yo estoy convencido de que Dios sí detesta que el divorcio tenga que existir porque solo existe por el pecado. También estoy seguro de que cualquier persona que ha sido un hijo de padres divorciados (como yo), quien ha acompañado a una pareja en el proceso de divorcio (como yo), o que personalmente ha experimentado el divorcio (como mucha gente que amo) estaría de acuerdo con Dios porque hasta el divorcio más necesario viene acompañado de mucho dolor y destrucción.

Sin embargo, el hecho de que Dios deteste el divorcio como concepto no significa que Dios deteste este divorcio en particular. No es posible que Dios deteste todo divorcio porque Dios mismo puso varios pasajes en la Biblia que lo permiten (Deuteronomio 24:1, Éxodo 21:10-11, Mateo 19:3-9, 1 Corintios 7:15 etc…), parece estar a favor de su sacerdote Esdras cuando éste manda a los israelitas que se divorcien de sus mujeres extranjeras (Esdras 10:10-11) y, tal vez la observación más importante, Dios mismo se identifica como un divorciado (Jeremías 3:8). Aunque a nosotros nos guste tener una ley bastante clara que podamos aplicar universalmente y consistentemente en cualquier situación de divorcio potencial sin tener que depender de sabiduría y del Espíritu Santo, la Biblia no nos permite tenerla. Lo que la Biblia nos da son principios generales que nos pueden ayudar en un número interminable de contextos culturales y situaciones matrimoniales posibles pero que requieren que usemos sabiduría y que dependamos del Espíritu Santo para poder saber qué hacer en cada situación única. Para concluir, me gustaría proponer que consideremos tres de estos principios la próxima vez que estemos hablando con alguien que está considerando el divorcio.

El primer principio que me gustaría que consideraramos se basa en estas palabras de Romanos 12:18: “en cuanto dependa de ustedes, vivan en paz con todos”. En este pasaje Pablo no se está dirigiendo exclusivamente a los casados, pero el principio ciertamente aplica. Cada persona casada debería hacer todo lo que pueda para vivir en paz con su cónyuge porque Dios diseñó el matrimonio para reflejar la relación que Jesús comparte con su Iglesia. Esto requiere que seamos muy pacientes, que perdonemos las ofensas de nuestra pareja una y otra vez, y que nos esforcemos para obtener y proteger la paz en el matrimonio. Ninguna persona debería terminar un matrimonio sin haber obedecido este mandamiento por mucho tiempo y la persona que lo hace es culpable de divorciarse “por cualquier motivo” delante de Dios. Sin embargo, la parte de “en cuanto dependa de ustedes” implica que hasta el cónyuge más espiritual no puede producir la paz por sí mismo. En cualquier relación la paz depende de las dos personas, y una persona que hace todo lo que puede para buscar la paz no tiene la culpa si la relación termina por falta de paz. Cuando estamos acompañando a alguien en un matrimonio difícil deberíamos animarlos a hacer todo lo que puedan para buscar la paz, pero también deberíamos permitirles a ellos decidir cuándo la paz por la cual han estado luchando ya no es posible.

El segundo principio que me gustaría que consideremos se basa en todos los textos sobre el divorcio que ya hemos visto. La Biblia no es una enciclopedia en la cual se encuentra la respuesta amplia y definitiva bajo la letra adecuada, es una historia de cómo Dios interactúa con su pueblo en la cual su carácter y su voluntad se revelan progresivamente. Por esta razón, cada texto que menciona razones justificables para el divorcio enfatiza algo distinto porque cada texto surgió de un contexto especifico. No obstante, parece que hay un hilo común que une a todos los textos que hablan de varias razones permisibles para el divorcio: los votos matrimoniales. En Deuteronomio 24 el divorcio puede ser el resultado del adulterio, en Mateo 19 puede ser el resultado de la inmoralidad sexual en general, en Éxodo 21 puede ser el resultado de la negligencia física y emocional, y en 1 Corintios 7 puede ser el resultado del abandono. En cada uno de estos textos Dios permite que un miembro del matrimonio busque el divorcio porque el otro ha roto por lo menos uno de los votos matrimoniales. En estos casos el divorcio no termina el matrimonio, el matrimonio terminó cuando uno de los miembros quebrantó el contrato al romper sus votos matrimoniales. El divorcio simplemente declara legalmente lo que ya había pasado relacionalmente. Cuando estamos acompañando a alguien en un matrimonio difícil deberíamos animarlos a cumplir todos sus votos matrimoniales pero, cuando su cónyuge ya ha roto los suyos, es nuestro compañero, y no nosotros, quien tiene el derecho de decidir si quiere tratar de restaurar un contrato ya violado o declarar que ya se acabó. Sin importar lo que decidan, el pecado no es de la persona que pide el divorcio, el pecado es de la persona que ha roto los votos matrimoniales.

El tercer principio que me gustaría que consideremos se basa en el ejemplo de Dios mismo en sus relaciones con Israel y Judá. Tal como la persona en el ejemplo anterior, Israel y Judá rompieron sus votos matrimoniales al no cumplir con su parte del pacto que tenían con Dios. Dios, como la víctima de esta traición, es el que tenía el derecho de decidir si quería quedarse en estas relaciones o no. Lo interesante es que Dios tomó dos decisiones distintas: con Israel decidió darle el certificado de divorcio y con Judá prometió quedarse con un residuo de Judá. Esto refuerza nuestra observación de que si estamos acompañando a alguien en un matrimonio difícil deberíamos recordar de que: 1) no hay una ley consistente que podamos aplicar de la misma forma en toda situación, 2) la víctima puede tomar su propia decisión conforme a su propia conciencia, y que no es algo que debamos hacer por ella, 3) si Dios mismo se divorció de su pareja que había roto sus votos matrimoniales no podemos condenar a una mujer o a un hombre que hace lo mismo.

Como Iglesia, por siglos hemos reaccionado de forma pésima ante los casos de divorcio debido a nuestra postura tradicional que produce resultados absurdos, usa la ley como los fariseos en lugar de como Jesús, y se basa en exégesis defectuosa. En el proceso, hemos dañado a las mismas personas que Dios quería proteger con sus palabras sobre el divorcio y hemos dado un testimonio falso al mundo de que a Dios le importa más preservar una institución temporal que preservar la cordura, salud, y vida emocional, espiritual y física de una persona eterna. Escribo este artículo con la esperanza de que nos arrepintamos de este patrón y que seamos conocidos por otro. La próxima vez que te encuentres con una persona en un matrimonio difícil que está considerando el divorcio, no le agregues a esta persona sufriente otra carga pesada más que no viene de Dios y no te hagas el detective que busca “la verdad” ni el juez que le declara o inocente o culpable. En lugar de esto, házte el amigo fiel al escucharle, llorar con ella, orar por ella, confiar en que esa persona sabe mejor que tú lo que ha pasado en su matrimonio y la profundidad de su dolor y daño, y acompañala sin importar lo que decida. Aún más importante, recuérdale a esa persona que Dios no se sienta en su trono alejado de su sufrimiento y su confusión. Dios ama a esa persona, ve su verdadero sufrimiento como nadie más lo ve, y personal e íntimamente conoce el dolor de ser victimizado por alguien que rompe sus votos matrimoniales y la dificultad de tener que decidir si se va a divorciar o no. Es decir, Dios ha estado en la misma situación y este mismo Dios está con esa persona en la suya. Estoy convencido de que él desea que tú también estés ahí.

(1) La Septuaginta (la antigua traducción griega del antiguo testamento) traduce el hebreo en segunda persona (“si tu aborreces y te divorces de tu esposa”) y varias traducciones modernas inglesas traducen el hebreo en tercera persona (“el hombre que aborrece y se divorcia de su esposa”).

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